Las necesidades de quien vive en la calle son muchas. La primera, protegerse del frío y saciar el hambre. Ayudar a quien no encuentra cobijo por la noche puede evitar que muera de inanición.
Por eso desde principios de los años ochenta, grupos de personas de la Comunidad van por la noche a las estaciones de trenes o a los lugares donde los sintecho se cobijan para dormir, y les llevan comida y bebida calientes, mantas y otras provisiones básicas para protegerse del frío.
En los países en los que el rigor de las temperaturas amenaza la vida de quien vive a la intemperie, esta presencia capilar en las calles se intensifica durante el invierno con el objetivo de llegar especialmente a las personas más aisladas y menos capaces de protegerse del frío.
Cuando no hay centros de acogida o están llenos, esta es la única forma de proteger la vida de quienes no tienen un techo.
Esta presencia fiel y amistosa también tiene el valor de la visita: es una respuesta para quien tiene problemas, una respuesta que rompe el fuerte aislamiento en el que vive y que crea lazos de afecto y de solidaridad.
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