ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 22 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 9,38-40

Juan le dijo: ?Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.? Pero Jesús dijo: ?No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página del Evangelio suena especialmente actual en nuestro mundo contemporáneo, mientras asistimos al resurgimiento de muros y barreras que oponen a pueblos y naciones. El Evangelio ayuda a comprender y reconocer todo lo que hay de bueno y hermoso en el mundo y en los corazones humanos. Y los discípulos deben apreciarlo. Quien obra con caridad es aceptado por el Señor, como se afirma también en el pasaje evangélico de Mateo 25 sobre el juicio final. Jesús vincula la salvación incluso al mero ofrecimiento de un vaso de agua a quien tiene sed. Es decir, que la caridad es el camino de la salvación para todos, incluso para los que no creen. El apóstol Pablo sigue la misma línea cuando escribe: "?Y qué? Al fin y al cabo... Cristo es anunciado, y esto me alegra" (Flp 1,18). Esta apertura y disponibilidad no significan en modo alguno vender el cristianismo y respaldar una actitud de indiferencia, ni mucho menos renunciar a la propia identidad. La Palabra de Dios es exigente con todos y pide a todos la conversión, pero también es profundamente comprensiva con el bien que puede brotar de cada persona. En un mundo como el nuestro, en el que se compite por distinguirse de los demás, considerándose a veces mejor y despreciando al prójimo, la admonición de Jesús es particularmente significativa y a contracorriente. Precisamente desde la fuerza de nuestra fe y de nuestra identidad cristiana, el Evangelio nos hace capaces de discernir y apreciar el bien que hacen las personas, para que se mantenga y contribuya a construir un mundo mejor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.