ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 11 de marzo

Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Isaías 55,10-11

Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío,
sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que la envié.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Estos versículos concluyen la segunda parte del libro de Isaías, obra de un profeta que vivió durante el exilio en Babilonia. Fue un tiempo difícil para Israel, una dramática experiencia plagada de dudas e incertidumbre. El retorno a Jerusalén había suscitado muchas esperanzas, pero ?cómo reconstruir la vida después de la amarga experiencia del exilio? Una convicción estaba clara: la Palabra debía volver a ser el fundamento y la raíz que debía alimentar la fe de todo el pueblo de Israel. De hecho, la Palabra de Dios tiene una gran fuerza de cambio. Dios la envía para que sea eficaz y cambie los corazones de los hombres y su historia, así como la lluvia y la nieve riegan y hacen fecunda la tierra. Lo sabemos bien también nosotros: cuando se acoge la Palabra de Dios da mucho fruto. Por eso conviene preguntarse: ?escuchamos con disponibilidad la Palabra que el Señor que nos dirige? Muchas veces se repite en el Evangelio que la siembra de la Palabra tendrá su efecto. Confiando en esta convicción evangélica lo que se nos pide es no descuidar la escucha de la Palabra de Dios: la Palabra siempre dará frutos. Pidamos al Señor que nos dé un corazón dispuesto para la escucha, para que la conversión que nos pide a cada uno de nosotros en este tiempo pueda realizarse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.