ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 12 de marzo

Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Jonás 3,1-10

Por segunda vez fue dirigida la palabra de Yahveh a Jonás en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga. Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra de Yahveh. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida." Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor. La palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: "Por mandato del rey y de sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos." Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti

Dios busca a Jonás para confiarle una misión importante: anunciar la Palabra de Dios en la gran ciudad de Nínive. Ya en otra ocasión Dios le había pedido que lo hiciera, como se lee al comienzo del libro, pero Jonás huyó. Nínive le daba miedo porque era la peor enemiga de Israel, capital del gran imperio asirio, protagonista de tantas guerras emprendidas para destruir el reino de Israel. El texto insiste en poner de relieve las dimensiones de la ciudad. Nos vienen a la mente las megalópolis de nuestro tiempo, que dan miedo por la cantidad de problemas a los que deben hacer frente. Es fácil entonces huir para retirarse al propio rinconcito y pensar solo en uno mismo. Jonás se dejó llevar por el miedo, pero después de la insistencia de Dios escuchó su voz y se puso a caminar por las calles de Nínive. Su predicación fue muy clara y terrible: "En el plazo de cuarenta días Nínive será destruida". En realidad, toda predicación tiene como objetivo suscitar la conversión del corazón y por tanto de los comportamientos. Si el mal se deja crecer y desarrollarse en el corazón de los hombres y en las realidades de la vida, llevará inexorablemente a la ruina a las propias ciudades. Jonás solo había recorrido un tercio de la ciudad, un día de camino de los tres que se necesitaban para atravesarla por completo, y ya los habitantes de Nínive le tomaron en serio, "creyeron en Dios" y "organizaron un ayuno". El propio rey, cuando llegó a sus oídos la predicación de Jonás, ordenó que toda la ciudad realizara un gesto de arrepentimiento. El rey y todo el pueblo, a través de la práctica del ayuno, esperaron que Dios cambiase, se arrepintiera, aplacara su indignación. En efecto, el ayuno y la oración hicieron cambiar de propósito a Dios, y la ciudad y sus habitantes se salvaron. Jonás muestra que hay que tener siempre esperanza en la fuerza de la Palabra de Dios: cada vez que se comunica cumple el milagro del cambio. Nadie, ni siquiera el peor enemigo, está condenado a permanecer siempre igual. La Palabra de Dios puede verdaderamente cumplir siempre y en todo lugar el milagro de la conversión, de la victoria del bien sobre el mal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.