Lectura de la Palabra de Dios
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Ester 4,17i.17k.17l.17s
Todo Israel clamaba con todas sus fuerzas, pues tenían la muerte ante los ojos. Por su parte, la reina Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. Despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió de angustia y duelo. En vez de exquisitos perfumes, echó sobre su cabeza ceniza y suciedad, humilló su cuerpo hasta el extremo, encubrió, con sus desordenados cabellos la gozosa belleza de su cuerpo, y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo:
«Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi socorro, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro. Pon en mis labios palabras armoniosas cuando esté en presencia del león; vuelve el odio de su corazón contra el que nos combate para ruina suya y de los que piensan como él.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
La oración de Mardoqueo es una profesión de fe y de resistencia al mal; la de Ester es más rica y personal. Los creyentes, ante el enemigo, no piden solamente ser liberados de él, sino que muestran ser conscientes de su propio pecado: "hemos pecado". La presencia del enemigo es interpretada por el pueblo de Israel también como una corrección, y una llamada a una fe más firme, fe que había sido descuidada por la búsqueda afanosa del bienestar. Ester "se refugió en el Señor", presa de mortal angustia. De aquí su oración: "Despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió de angustia y duelo". Consciente de la historia de la alianza -a través de la escucha de los libros de los antepasados- invocó la protección de Dios para ella y para todo el pueblo, alternando el singular y el plural. Se separa del pueblo cuando considera su tarea específica de presentarse ante el rey, una misión para cual siente soledad, debilidad y angustia. Pero al mismo tiempo se incluye entre el pueblo, haciéndose su portavoz, cuando se trata de suplicar al Señor que los libere de los enemigos por su propia gloria y la defensa de su heredad. Se presenta al Señor como reina a pesar suyo, que no aprovecha las ventajas de su posición, para ser de ese modo un mejor instrumento del Señor y confiar solo en él: "Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti". Ester se presenta ante nosotros como una creyente que se da cuenta de la responsabilidad de no salvarse a sí misma sino a todo el pueblo.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.