Lectura de la Palabra de Dios
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Deuteronomio 26,16-19
Yahveh tu Dios te manda hoy practicar estos preceptos y estas normas; las guardarás y las practicarás con todo tu corazón y con toda tu alma. Has hecho decir a Yahveh que él será tu Dios - tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus normas, y escucharás su voz -. Y Yahveh te ha hecho decir hoy que serás su pueblo propio, como él te ha dicho - tú deberás guardar todos sus mandamientos -; él te elevará en honor, renombre y gloria, por encima de todas las naciones que hizo, y serás un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios como él te ha dicho.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.
Gloria a ti, oh Se?or, sea gloria a ti
Nos encontramos ante uno de los puntos centrales de la teología del Deuteronomio y de los libros que siguen, de Josué hasta el segundo libro de los Reyes. Toda la historia de Israel está marcada por la visión de la estrecha relación que Dios ha elegido establecer con Israel, y que pide ser correspondida. El Señor ha elegido a ese pequeño pueblo para "consagrarlo" a su nombre; por tanto lo "ha separado" (este es el significado de la palabra santo) de los otros pueblos de la tierra para hacer de él su pueblo, como se lee en el capítulo séptimo: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene" (Dt 7, 7-8). La alianza con Dios implica la fidelidad a la Ley, como se afirma claramente: "Él será tu Dios y tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus normas, y escucharás su voz". Todo se apoya en la escucha, en la escucha recíproca. La profesión de fe de Israel, que todos los judíos recitan aún hoy, comienza con las palabras: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor" (Dt 6,4). Observar las leyes, seguir los caminos de Dios, es posible solo poniéndose en actitud de escucha. El tiempo de Cuaresma es un tiempo oportuno para ponerse delante del Señor para escuchar su palabra de vida. Solo en esta perspectiva podremos convertir nuestro corazón y confiar nuestra vida a Dios para que sea su único Señor.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.