Fundado por Sant'Egidio, el centro acoge a 350 estudiantes. «Un modelo de convivencia»
Hay una escuela, a media hora del centro de Goma, donde cada día 350 niños y jóvenes pueden dejar atrás la violencia intercomunitaria, los conflictos familiares, la pobreza que bloquea el desarrollo de toda una región. Un lugar de paz, en el punto del planeta donde la paz menos se ha arraigado en las últimas décadas, que es también la protección de los derechos y un modelo para todo el Congo.
Se colocó la primera piedra de la escuela, obra de la Comunidad de Sant’Egidio, en Mugongo en 2008, no muy lejos de un campo de refugiados, a manos de Matteo Zuppi, hoy cardenal arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.
«Es un lugar donde estos niños pueden pasar horas fuera de la calle y tener una buena educación, algo que aquí, en el norte de Kivu, no se puede dar por supuesto. No es casualidad que todos los niños de la zona pidan venir a estudiar aquí», explica la directora Aline Minani. Las aulas se llenan en las primeras horas de la mañana, niños de diferentes edades nos reciben cantando y se mezclan en el patio con sus uniformes de camisa blanca y pantalón azul claro. «Por la tarde, solo quedan los mayores, los del último año, que tienen la oportunidad de prepararse para los exámenes finales», explica la directora Jeannette Solá.
La escuela lleva el nombre de Floribert Bwana Chui, un miembro de Sant'Egidio asesinado en 2007 a la edad de 26 años por haber dicho no a repetidos intentos de corrupción. Floribert, como guardia de aduanas, había rechazado miles de dólares a cambio de su sí a la importación de alimentos en mal estado al Congo. Un rechazo que pagó con su vida. Desde entonces, Floribert ha sido un modelo para las generaciones más jóvenes de un país donde la corrupción, en todos los niveles, socava desde los cimientos los posibles intentos de desarrollo. «Siempre recordamos su ejemplo, con su muerte nos enseñó mucho», añade Aline.
Equipada con un sistema fotovoltaico gracias a los fondos de la cooperación italiana, la escuela también cuenta con una panadería y una enfermería en su interior, dada la ausencia de un hospital en la zona. «Mi familia está feliz y agradecida por la educación que he podido recibir aquí», susurra con un hilo de voz Olivier Ushindi, un alumno de 16 años. Si tuviera la oportunidad, seguiría estudiando en la universidad, me gusta mucho la mecánica, pero se necesita mucho dinero y no es fácil». Su compañera Brigitte Blenda, de 13 años, también asiente con la cabeza con un tono de voz casi imperceptible: «Esta escuela me ha ayudado a vivir en paz con mis amigos y me ha dado tranquilidad. Una lección que siempre llevaré conmigo». El ejemplo y el sacrificio de Floribert están dando sus frutos, a través del viaje de estos jóvenes de Goma que en una escuela han encontrado un lugar de esperanza en el que crecer juntos e imaginar un futuro diferente.
[Traducción de la redacción]
[ Paolo M. Alfieri ]